“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

14/6/17

Juan Goytisolo: memoria y exilio

Juan Goytisolo ✆ Xulio Ríos
Eduardo Subirats

El destino de todo intelectual ha sido y es el exilio. Un concepto de intelectual vinculado al esclarecimiento filosófico, poético, artístico y también político. Un concepto de acción intelectual simbólicamente comprometida con la búsqueda de la verdad y la comunicación de los avatares de esta voluntad de verdad. Y un exilio sin retorno.

El destino de todo intelectual español ha sido el exilio. Bartolomé de las Casas fue un exiliado en razón de su origen judío y de su cristianismo reformista. El Inca Garcilaso fue un exiliado porque vinculó las cosmologías de su origen inca con la filosofía cabalista de otro exiliado ibérico: el filósofo sefardí Leone Ebreo. Cervantes fue un exiliado por estar demasiado cerca del humanismo islámico y hebreo para el poderoso legado de la Inquisición y la Contrarreforma hispánicas. Fue un exiliado Giuseppe de Rivera, quien llamó a España madrasta de toda inteligencia. Exiliados paradigmáticos en el europeo siglo de las luces fueron José María Blanco White y Francisco Goya: testimonios del oscuro destino de una España entregada a la corrupción de la Iglesia católica y a una monarquía totalitaria. Picasso fue otro artista hispánico exiliado. Y los dos intelectuales que dieron forma literaria a la recuperación y revisión de una historia española proscrita en nombre de las ficciones nacionalcatólicas, Américo Castro y Vicente Lloréns, han sido dos grandes exiliados de Princeton. La tradición de los exilios hispánicos no termina en modo alguno con ellos.

El exilio, en el sentido transitivo de exiliar, es un acto de intolerancia. Y la segura garantía de la perpetuación de esta misma intolerancia – y de la imbecilidad colectiva que salvaguarda. En la Historia de España se ha exiliado todo lo que es diferente a un principio dogmático elevado a verdad absoluta: un solo dios, una ley fijada para la eternidad, una fe e identidad totales, un principio imbatible de autoridad patriarcal... Esos exilios excluyen la reflexión, la crítica y la voluntad de reforma como mera disidencia. El exilio ha sido el arma bajo la que sucesivas inquisiciones han mantenido la identidad inmaculada de una España petrificada en trascendencias heroicas, conquistas místicas, y un bendito atraso intelectual y moral.

La obra literaria, ensayística y periodística de Juan Goytisolo ha sido una continua confrontación con las expresiones intelectuales y la voluntad política de esta intolerancia. Confrontación con el nacionalcatolicismo español del siglo veinte y sus sucesivas vindicaciones de identidades inmaculadas y cristalinas por Ganivet, Unamuno, Maeztu, Ortega... Resistencia contra el franquismo como la manifestación criminal de esa misma intolerancia. Una oposición a la mezcla de arrogancia y provincianismo que han distinguido tanto la derecha como la izquierda españolas hasta el día de hoy. Rechazo de la homofobia alentada por las elites falangistas y postfalangistas.

Tres momentos capitales en el pensamiento literario y ensayístico de Goytisolo: la recuperación de la memoria islámica como legado fundamental de las culturas, las lenguas y las religiones ibéricas; su identificación de José María Blanco White, el intelectual esclarecido que abandonó el sacerdocio y la Iglesia, rompió con las debilidades de las Cortes de Cádiz, se embarcó como exiliado de la España negra en una fragata británica, y en Inglaterra se unió a los líderes más esclarecidos de la lucha por la Independencia de Hispanoamérica; y en tercer lugar, un “compromiso” intelectual que une la literatura con una experiencia humana transformadora, que debate y provoca una conciencia pública abierta a los dilemas del mundo en la tradición del humanismo moderno de Lessing, Thomas Mann o Rabindranath Tagore.

Este parti pris le puso a Juan Goytisolo contra las cuerdas de la política diaria y la historia real: a sus parodias del franquismo le siguieron las miradas oblicuas a una problemática transición, para acabar con la profecía negativa tanto en sus novelas como en sus ensayos sobre el declinar de occidente bajo la bandera de sus prejuicios y sus guerras globales. Y pasó de un exilio fascista al exilio de la democracia neoliberal; y de París a Marrakech.

En primavera de 1997 invité a Juan Goytisolo a través de la New York University. Conseguimos reunir a su entorno a las escasas voces lúcidas del hispanismo estadounidense, y en los convites que le siguieron en años sucesivos se estableció un diálogo abierto entre historiadores y estudiantes del mundo islámico y del mundo hispánico. En aquella primera ocasión organizamos un debate en el que Goytisolo mediaba entre Susan Sonntag y Edward Said. Fue uno de los últimos debates intelectuales y públicos celebrados en New York ante la catástrofe que entonces se avecinaba. Y un sonoro coronamiento que los frailes de Madrid no pudieron ocultar.

De ánimo luchador, con él y un puñado de amigos organizamos una serie de debates en New York, Londres y Madrid, y en la Al-Akhawayn University, en Ifrane, Marruecos. Algunos de esos eventos fueron masivos. El motivo que vindicábamos eran dos nombres destacados del reformismo de la historia española en el exilio norteamericano: Américo Castro y Vicente Llorens (el primero, un defensor de la identidad islámica y judía de la cultura filosófica, literaria y artística de la Península ibérica; el segundo, descubridor de Blanco White y los liberales españoles exiliados por la monarquía borbónica del siglo diecinueve).

Después de todo, fue un feliz fin de siglo. Las fuerzas del mal nos rodeaban por todas partes, pero todavía tuvimos la energía suficiente para formular un programa de diálogo e integración de culturas, religiones y lenguas, de burlar la indigencia intelectual española que había culminado en la celebración del centenario del Imperio hispano-cristiano en 1992 y, acto seguido, de la generación del 98, patético testimonio de la caída estrepitosa de ese mismo criminal imperio. Pudimos vislumbrar la posibilidad de un diálogo intelectual a lo ancho de América latina, África y Europa. Pero la fiesta terminó muy pronto. En la academia y fuera de ella se impusieron globalmente “tiempos de silencio”.

En un gesto no exento de ironía hacia los monaguillos intelectuales del Madrid postmoderno, Carlos Fuentes decidió incluir la obra de Juan Goytisolo en su ensayo general sobre la literatura latinoamericana del siglo XX. La relación de Goytisolo con la historia, las sociedades e incluso la literatura latinoamericanas fue más bien esporádica. Sin embargo, su obra solo puede comprenderse desde la tradición de reforma de la memoria, y de resistencia simbólica y política que ha constituido el núcleo espiritual de la gran literatura latinoamericana a lo largo de las vicisitudes del siglo veinte: Mário de Andrade, Juan Rulfo, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias…