“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

9/6/16

Jackson Pollock: una crítica de su éxito

Jackson Pollock  ✆ Nº 1, 1950
Jonathan Goodman

Seguimos rezando periódicamente a Jackson Pollock, no solo porque es un gran artista profundamente estadounidense, sino porque su mitología fluctúa en un mercado que solo podemos calificar de saturado para su arte. Hubo una época en que Pollock y sus demás colegas –Gorky y De Kooning– eran terriblemente pobres, pero su tenacidad y creatividad se tradujeron en enormes cantidades de dinero contante y sonante. Aún hoy existen artistas que quieren hacer carrera manteniendo estilos que hacen referencia activa a un movimiento que tuvo su momento de esplendor… ¡a mediados del siglo pasado! Después de todo el tiempo que ha pasado, los neoyorquinos siguen empeñados en la relevancia del arte expresionista, creado en su mayor parte sin un sujeto reconocible. Parece como si el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) organizara una exposición de Pollock cada dos años, más o menos. Tal vez esto sea una exageración, pero lo cierto es que no somos capaces de dejar que el tipo se disuelva pacíficamente en la historia del arte. Esto guarda relación con un determinado momento de Estados Unidos: el breve periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando habíamos salvado al mundo del fascismo y nuestras ocultas tácticas imperialistas no habían salido a la luz.

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Es importante situar a Pollock en su contexto, sin el cual podríamos sucumbir al mito de su incuestionada grandeza. Sus depresiones, su debilidad por las mujeres y su alcoholismo construyeron una fama que le precedía y rodeaba como persona, pero que no explicaba necesariamente el éxito de su creatividad. Pollock, más o menos un chico malo –recordemos al pintor orinando en la chimenea de la famosa coleccionista Peggy Guggenheim en Nueva York–, superó con bastante tenacidad sus vulnerabilidades y cambios de humor para producir, durante poco menos de diez años, un conjunto de obras que siguen siendo sobresalientes, luminosamente inspiradas, y que conservan una frescura técnica y estilística.