“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

19/6/16

Petróleo, deuda, Brexit y productividad: el tráiler y la película

Paula Bach

La Reserva Federal norteamericana volvió a dejar sin cambios la tasa de interés de referencia. Con caídas bursátiles considerables, los “mercados” bailaron durante los dos días que se desarrolló la reunión de la Fed. Pero a diferencia de lo que podría pensarse, esos movimientos de coyuntura no estuvieron vinculados a la “incertidumbre” sobre las resoluciones del organismo que ya estaban cantadas. El origen de las perturbaciones hay que buscarlo en la cercanía de un eventual Brexit, es decir en la posibilidad de que el Reino Unido abandone la Unión Europea tras el plebiscito del 23 de junio.

Mientras la probabilidad de este suceso resultó baja durante la primer parte de la campaña, los sondeos –es cierto que muy cuestionados- en su mayoría muestran ahora ganador al Brexit aunque el 17% de los electores se mantiene aún en el terreno de la indecisión. Si bien gran parte de los analistas considera que llegado el momento es probable que el resultado se revierta o que una victoria por la salida obtenga una diferencia tan mínima que obligue al Reino Unido a renegociar con la Unión Europea, en el caso de que el Brexit se hiciera realidad, se calcula que la respuesta tan solo inmediata de la libra esterlina y del mercado de valores británico se traduciría en caídas superiores al 10%.

El riesgo de Brexit pende como una espada de Damocles sobre las fragilidades de la economía mundial y tal como alerta Summers: es extendida la creencia de que las incertidumbres asociadas al Brexit son lo suficientemente significativas como para afectar las políticas de la Fed y de los principales bancos centrales. En consecuencia no había chance de que la Fed avivara el fuego del Brexit. Esta certeza sumada a un muy mal reporte de crecimiento del empleo en mayo en Estados Unidos, borró del imaginario de los muy poco serios –aunque conocedores del paño- “mercados financieros” la probabilidad de un aumento de tasas en la reciente reunión de junio. Mientras tanto, la probabilidad de un alza en julio se redujo desde el 53% de hace una semana hasta un 20% y la mayor incertidumbre se aplaza hacia la reunión de septiembre.

La política comunicacional de la Fed no es hija del deseo sino de la necesidad. Larry Summers lo expresa bastante bien: por un lado la Reserva quiere realmente subir las tasas y lograr una posición más “normal” pero al mismo tiempo no quiere apretar cuando la economía podría estar desacelerándose o incubando turbulencias financieras. De esta contradicción nace su estrategia discursiva que, usando como arma la indefinición, busca mantener en estado de promesa un eventual aumento de tasas sin decir nunca cuando va a incrementarlas realmente.
Las mejores escenas
Los adelantos suelen mostrar las mejores partes de la película. Y así se puede interpretar el “tráiler” que pone de relieve los resultados inmediatos de la estrategia comunicacional de la Fed. El carácter dual del mensaje, en tanto busca explícitamente no resultar convincente respecto de la inminencia de una suba de tasas, favoreció la anhelada recuperación de los precios de las materias primas, con el petróleo y la soja entre las más destacadas.

El precio del crudo llegó a rebasar por primera vez en el año los 50 dólares, acumulando un repunte de casi 80% desde que su precio tocó fondo el último enero. El discurso de Yellen y sus efectos –la debilidad del dólar, en particular- se combinaron con factores más “reales” que afectaron la oferta: la producción libia se mantiene deprimida y lo mismo sucede en una Venezuela asechada por la crisis política y económica. En Nigeria –uno de los mayores productores de África- la producción se redujo en alrededor del 40%, los incendios en Canadá impactaron negativamente en la oferta, la producción en Estados Unidos se contrajo en 500 mil barriles diarios desde el pico de 9,7 millones de hace 13 meses y China -uno de los 5 mayores productores del mundo- reducirá su producción en un 3% durante el año en curso. Debido a la conjunción de todos estos factores se calcula que el mercado mundial podría quedar cerca del déficit por primera vez en dos años. Por su parte también la soja se vio influenciada por la adversidad del clima en plena siembra en Estados Unidos, las inundaciones en Argentina que redujeron los cultivos y el aumento de la demanda china. Factores que combinados con los resultados de las políticas de la Fed, llevaron su precio a un nuevo máximo en dos años, superando los 430 dólares por tonelada. De hecho y según Financial Times, durante 2016 las commodities volvieron a resultar la clase de activos que ofrece mayores rendimientos.

Por otra parte y aunque la incredulidad respecto de una suba inminente de tasas continuó recalentando Wall Street, el mismo motivo –combinado probablemente con la amenaza de un alza futura- estimula a los capitales internacionales a un aprovechamiento rápido de los diferenciales de rendimiento allende el “centro”. El resultado se puso de manifiesto como un freno parcial de la reversión del flujo de capitales. En consecuencia, las emisiones de deuda soberana por parte de los países llamados “emergentes” y periféricos resultaron, según JP Morgan, un 44% superiores al total del año 2015. Los mayores volúmenes de deuda creada provienen de América Latina con el liderazgo absoluto de la Argentina que aparece durante el año en curso como el mayor emisor de deuda del mundo, seguida por Qatar, Emiratos Árabes, México y Polonia.

Es evidente que tanto el incremento en el precio de la soja como al aumento del flujo de capitales desde los países centrales –que como tendencia posible señalamos enConsecuencias de un riesgo global inminente- son dos aspectos de la coyuntura que estimulan una “brisa leve” desde la economía mundial hacia la Argentina. Si se incluye la emisión de bonos para el pago a los fondos buitres, en sólo tres meses Argentina tomó deuda por la escalofriante suma de 33.199 millones de dólares que, según Alfredo Zaiat, representa el mayor aumento nominal de deuda en la historia nacional durante un período tan estrecho. Sin embargo las contradicciones que pone de manifiesto la economía argentina bajo la era Macri: entrada de dólares por un lado y recesión, caída del consumo y ausencia de nuevas inversiones reales a la vista, por el otro, concentran gran parte de las disyuntivas de la economía mundial.
Misterio en el bajofondo
La película suele ser más compleja (y frecuentemente peor) que su síntesis marketinera. El ciclo senil de las materias primas y una reversión parcial del flujo de capitales están acoplados –más allá de movimientos circunstanciales- a factores de tipo especulativo-financiero y no “reales”. Lo mismo vale para el auge de Wall Street. Es en este escenario que las políticas discursivas de la Fed cumplen un rol primordial.

Pero mientras el tráiler muestra algunas –hay que remarcarlo- materias primas con precios ascendentes y pone en pantalla un festival de bonos, cuando se mira la película, otros hechos toman la posta. La escasa productividad está entre los más destacados. Hace unos días con motivo de la contracción del producto por hora en el sector no agrícola durante el primer trimestre, el habitual columnista de Financial Times, Eduard Luce, titulaba “El misterio de la débil productividad en Estados Unidos”. Decía Luce que “cada vez hay más cambios; desde la entrega de productos mediante drones hasta el avance de los vehículos autónomos. Warren Baffet, el gran inversionista, nos promete que la generación de nuestros hijos será ‘la más afortunada de la historia’. El mundo se está acelerando en muchas áreas excepto en una: la productividad. Este año, por primera vez desde principios de la década de 1970, el crecimiento de la productividad estadounidense seguramente mostrará números negativos, tras una década de fuerte desaceleración”.

Y el aparente misterio se reproduce en Reino Unido. En otro artículo de Financial Times el también columnista Chris Gilles señalaba: “El temor ahora es que la automatización y la inteligencia artificial están avanzando tan rápido que, a diferencia de la generación anterior, traerá los retos insuperables de redundancia humana y la concentración de los ingresos. No hay sin embargo ninguna señal en los datos de una aceleración en el progreso tecnológico. Los datos oficiales (...) mostraron un número récord de personas británicas en el trabajo (…). No obstante, el crecimiento de la productividad ha estado de capa caída. Un informe sobre la economía digital de Conference Board (…) mostró que el crecimiento de la productividad del Reino Unido acaba de caer al 0,1 por ciento entre 2007 y 2014, desde un promedio de 1,9 por ciento entre 1999 y 2006.”

Sin embargo no hay misterio en las aparentes contradicciones expuestas. O, dicho de otro modo, lo que resuelve el misterio es la escasez de inversión que deviene una muestra significativa de lo que sucede en el “territorio” más allá de las luces de lavideoeconomía de la Fed. Como también señala Eduard Luce “La producción económica es la prueba definitiva de nuestra capacidad para crear riqueza” y ese es precisamente el test que el capital no está superando amén de los grandes adelantos tecnológicos. La “incapacidad para crear riqueza” que en términos genéricos se trata de valores de uso y en términos del capital, de valores de cambio y de ganancia, dice mucho sobre la economía real. Bastante de esto desarrollamos en el Dossier Pensando la crisis económica mundial y en la serie sobre productividad cuya entrega más reciente es La conspiración de los robots.

El asunto nos retrotrae en parte al principio. Sobre la economía mundial pende el fantasma del Brexit que se cuece en un clima de polarización con ascenso de la xenofobia en el Reino Unido. Acontecimiento que, como el fenómeno Trump y su contraparte por izquierda, el fenómeno Sanders, son hijos de las consecuencias funestas y estructurales de la crisis de 2008 sobre amplias mayorías de las clases trabajadoras.
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