“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

30/4/16

Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado

Vladimir Lenin 

1. El desarrollo del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha hecho que la burguesía y sus agentes en las organizaciones obreras forcejeen convulsivamente con el fin de hallar argumentos ideológico-políticos para defender la dominación de los explotadores. Entre esos argu­mentos se esgrime particularmente la condenación de la dictadura y la defensa de la democracia. La falsedad y la hipocresía de este argumento, repetido en mil variantes por la prensa capitalista y en la Conferencia de la Internacional amarilla de Berna, celebrada en febrero de 1919, son evidentes para todos los que no quieren hacer traición a los principios elementales del socialismo.

2. Ante todo, ese argumento se basa en los conceptos «democracia en general» y «dictadura en general», sin plantear la cuestión de qué clase se tiene presente. Ese planteamiento de la cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, ese planteamiento de la cuestión desde el punto de vista –como dicen falsamente– de todo el pueblo, es una descarada mofa de la teoría principal del socia­lismo, a saber, de la teoría de la lucha de clases, que los socialistas que se han pasado al lado de la burguesía reconocen de palabra y olvidan en la práctica. Porque en ningún país capitalista civilizado existe la «democracia en general», pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa, y de lo que se trata no es de la «democracia en general», sino de la dictadura de la clase, es decir, del proletariado, sobre los opresores y los explotadores, es decir, sobre la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que los explotadores oponen en la lucha por su dominación.

3. La historia enseña que ninguna clase oprimida ha llegado ni podría llegar a dominar sin un período de dictadura, es decir, sin conquistar el poder político y aplastar por la fuerza la resistencia más desesperada, más rabiosa, esa resistencia que no se detiene ante ningún crimen, que siempre han opuesto los explotadores. La burguesía, cuya dominación defienden hoy los socialistas, que hablan contra la «dictadura en general» y se desgañitan defendiendo la «democracia en general», conquistó el poder en los países adelantados mediante una serie de insurrecciones y guerras civiles, aplastando por la violencia a los reyes, a los señores feudales, a los esclavistas y sus tentativas de restauración. En sus libros y folletos, en las resoluciones de sus congresos y en sus discursos de agitación, los so­cialistas de todos los países han explicado miles y millones de veces al pueblo el carácter de clase de esas revoluciones burguesas, de esa dictadura burguesa. Por eso, la defensa que hoy hacen de la democracia burguesa, encubriéndose con sus discursos sobre la «democracia en general», y los alaridos y voces que hoy lanzan contra la dictadura del proletariado, encubriéndose con sus gritos sobre la «dictadura en general», son una traición descarada al socialismo, el paso efectivo al lado de la burguesía, la negación del derecho del proletariado a su revolución, a la revolución proletaria, la defensa del reformismo burgués en un período histórico en el que dicho reformismo ha fracasado en todo el mundo y en que la guerra ha creado una situación revolucionaria.

4. Todos los socialistas, al explicar el carácter de clase de la civilización burguesa, de la democracia burguesa, del parlamentarismo burgués, han expresado el pensamiento que con la máxima precisión científica formularon Marx y Engels al decir que la república burguesa, aun la más democrática, no es más que una máquina para la opresión de la clase obrera por la burguesía, de la masa de los tra­bajadores por un puñado de capitalistas. No hay ni un solo revolucionario, ni un solo marxista de los que hoy vociferan contra la dictadura y en favor de la democracia que no haya jurado ante los obreros por todo lo humano y lo divino que reconoce ese axioma fundamental del socialismo; pero ahora, cuando el proletariado revolucionario empieza a agitarse y a ponerse en movimiento para destruir esa máquina de opresión y para conquistar la dictadura proletaria esos traidores al socialismo presentan las cosas como si la burguesía hubiera hecho a los trabajadores el don de la «democracia pura», como si la burguesía hubiera renunciado a la resistencia y estuviese dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si en la república democrática no hubiera habido y no hubiese máquina estatal alguna para la opresión del trabajo por el capital.

5. La Comuna de París, a la que de palabra honran todos los que desean hacerse pasar por socia­listas, porque saben que las masas obreras simpatizan con ella ardiente y sinceramente, mostró con particular evidencia el carácter históricamente condicionado y el limitado valor del parlamentarismo burgués y la democracia burguesa, instituciones progresivas en alto grado en comparación con el medievo, pero que exigen inevitablemente un cambio radical en la época de la revolución proletaria. Precisamente Marx que aquilató mejor que nadie la importancia histórica de la Comuna, mostró, al analizarla, el carácter explotador de la democracia burguesa y del parlamentarismo burgués bajo los cuales las clases oprimidas tienen el derecho de decidir una vez cada determinado número de años qué miembros de las clases poseedoras han de «representar y aplastar» al pueblo en el Parlamento. Precisamente ahora, cuando el movimiento soviético, extendiéndose a todo el mundo, continúa a la vista de todos la causa de la Comuna, los traidores al socialismo olvidan la experiencia concreta y las enseñanzas concretas de la Comuna de París, repitiendo la vieja cantinela burguesa de la «democracia en general». La Comuna no fue una institución parlamentaria.

6. La importancia de la Comuna consiste, además, en que hizo un intento de aniquilar, destruir hasta los cimientos el aparato del Estado burgués, burocrático, judicial, militar y policíaco, sustitu­yéndolo con una organización autónoma de las masas obreras que no conocía la división entre el poder legislativo y el ejecutivo. Todas las repúblicas democráticas burguesas contemporáneas, com­prendida la alemana, a la que los traidores al socialismo, mofándose de la verdad, llaman república proletaria, conservan ese aparato estatal. Por tanto, se confirma una y otra vez con toda evidencia que los gritos en defensa de la «democracia en general» son de hecho defensa de la burguesía y de sus privilegios de explotación.

7. La libertad de reunión puede ser tomada como modelo de las reivindicaciones de la «democracia pura». Cada obrero consciente que no haya roto con su clase comprenderá en seguida que sería una estupidez prometer la libertad de reunión a los explotadores en un período y en una situación en que los explotadores se resisten a su derrocamiento y defienden sus privilegios. La burguesía, cuando era revolucionaria, ni en la Inglaterra de 1649 ni en la Francia de 1793 dio «libertad de reunión» a los mo­nárquicos y los nobles, que llamaban en su ayuda a tropas extranjeras y «se reunían» para organizar intentonas de restauración. Si la burguesía actual, que hace ya mucho que es reaccionaria, exige del proletariado que este le garantice de antemano la libertad de reunión para los explotadores, sea cual fuere la resistencia que presten los capitalistas a su expropiación, los obreros no podrán sino reírse del fariseísmo de la burguesía.

Por otra parte, los obreros saben perfectamente que la «libertad de reunión» es, incluso en la república burguesa más democrática, una frase vacía, ya que los ricos poseen todos los mejores locales sociales y privados, así como bastante tiempo libre para sus reuniones, que son protegidas por el aparato burgués de poder. Los proletarios de la ciudad y el campo, así como los pequeños campesi­nos, es decir, la mayoría gigantesca de la población, no cuentan con nada de eso. Mientras las cosas sigan así, la «igualdad», es decir, la «democracia pura», sería un engaño. Para conquistar la verdadera igualdad, para dar vida a la democracia para los trabajadores, hay que quitar primero a los explotado­res todos los locales sociales y sus lujosas casas privadas, hay que dar primero tiempo libre a los traba­jadores, es necesario que la libertad de sus reuniones la defiendan los obreros armados, y no señoritos de la nobleza ni oficiales hijos de capitalistas mandando a soldados que son instrumentos ciegos.

Solo después de tal cambio se podrá hablar de libertad de reunión e igualdad sin mofarse de los obreros, de los trabajadores, de los pobres. Pero ese cambio sólo puede realizarlo la vanguardia de los trabajadores, el proletariado, que derroca a los explotadores, a la burguesía.

8. La «libertad de imprenta» es asimismo una de las principales consignas de la «democracia pura». Los obreros saben también, y los socialistas de todos los países lo han reconocido millones de veces, que esa libertad será un engaño mientras las mejores imprentas y grandísimas reservas de papel se encuentren en manos de los capitalistas y mientras exista el poder del capital sobre la prensa, poder que se manifiesta en todo el mundo con tanta mayor claridad, nitidez y cinismo cuanto más desarrollados se hallan la democracia y el régimen republicano, como ocurre, por ejemplo, en Nortea­mérica. A fin de conquistar la igualdad efectiva y la verdadera democracia para los trabajadores, para los obreros y los campesinos, hay que quitar primero al capital la posibilidad de contratar a escritores, comprar las editoriales y sobornar a la prensa, y para ello es necesario derrocar el yugo del capital, derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia. Los capitalistas siempre han llamado «libertad» a la libertad de lucro para los ricos, a la libertad de morirse de hambre para los obreros. Los capita­listas llaman libertad de imprenta a la libertad de soborno de la prensa por los ricos, a la libertad de utilizar la riqueza para fabricar y falsear la llamada opinión pública. Los defensores de la «democra­cia pura» también se manifiestan de hecho en este caso como defensores del más inmundo y venal sistema de dominio de los ricos sobre los medios de ilustración de las masas, resultan ser embusteros que engañan al pueblo y que con frases bonitas, bellas y falsas hasta la médula distraen de la tarea histórica concreta de liberar a la prensa de su sojuzgamiento por el capital. Libertad e igualdad ver­daderas será el orden de cosas que están instaurando los comunistas, y en él será imposible enrique­cerse a costa de otros, no habrá posibilidad objetiva de someter directa o indirectamente la prensa al poder del dinero, no habrá obstáculo para que cada trabajador (o grupo de trabajadores, sea cual fuere su número) posea y ejerza el derecho igual de utilizar las imprentas y el papel que pertenecerán a la sociedad.

9. La historia de los siglos XIX y XX nos ha mostrado ya antes de la guerra qué es de hecho la cacareada «democracia pura» bajo el capitalismo. Los marxistas siempre han dicho que cuanto más desarrollada y más «pura» es la democracia, tanto más franca, aguda e implacable se hace la lucha de clases, tanto más «puras» se manifiestan la opresión por el capital y la dictadura de la burguesía. El asunto Dreyfus en la Francia republicana, las sangrientas represalias de los destacamentos mer­cenarios, armados por los capitalistas, contra los huelguistas en la libre y democrática República de Norteamérica, estos hechos y miles de otros análogos demuestran la verdad que la burguesía trata en vano de ocultar, o sea, que en las repúblicas más democráticas imperan de hecho el terror y la dictadura de la burguesía, que se manifiestan abiertamente en cuanto a los explotadores les parece que el poder del capital se tambalea.

10. La guerra imperialista de 1914-1918 ha revelado definitivamente hasta a los obreros atrasados el verdadero carácter de la democracia burguesa, que es, incluso en las repúblicas más libres, una dictadura de la burguesía. En aras del enriquecimiento del grupo alemán o inglés de millonarios y multimillonarios perecieron decenas de millones de hombres, y en las repúblicas más libres se instauró la dictadura militar de la burguesía. Esta dictadura militar sigue en pie en los países de la Entente incluso después de la derrota de Alemania. Precisamente la guerra es lo que más ha abierto los ojos a los trabajadores; ha arrancado sus falsas flores a la democracia burguesa y ha mostrado al pueblo cuán monstruosos han sido la especulación y el lucro durante la guerra y con motivo de la guerra. En nombre de «la libertad y la igualdad» llevó esa guerra la burguesía, en nombre de «la libertad y la igualdad» se han enriquecido inauditamente los mercaderes de la guerra. Ningún esfuerzo de la Internacional amarilla de Berna podrá ocultar a las masas el carácter explotador, hoy definitivamente desenmascarado, de la libertad burguesa, de la igualdad burguesa, de la democracia burguesa.

11. En el país capitalista más desarrollado del continente europeo, en Alemania, los primeros meses de plena libertad republicana, traída por la derrota de la Alemania imperialista, han mostrado a los obreros alemanes y a todo el mundo cuál es la verdadera esencia de clase de la república demo­crática burguesa. El asesinato de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo no sólo es un acontecimiento de importancia histórica mundial porque hayan perecido trágicamente los jefes y brillantísimas per­sonalidades de la Internacional Comunista, Internacional verdaderamente proletaria, sino también porque se ha puesto de manifiesto con toda plenitud la esencia de clase de un Estado adelantado de Europa, de un Estado –puede afirmarse sin incurrir en exageración– adelantado entre todos los  Estados del mundo. El hecho de que los detenidos, es decir, gente que el poder del Estado ha tomado bajo su custodia, hayan podido ser asesinados impunemente por oficiales y capitalistas, gobernando el país los socialpatriotas, evidencia que la república democrática en que ha sido posible tal cosa es una dictadura de la burguesía. La gente que expresa su indignación ante el asesinato de Carlos Lie­bknecht y Rosa Luxemburgo, pero no comprende esta verdad, pone de manifiesto o bien sus pocas luces o bien su hipocresía. La libertad en una de las repúblicas más libres y adelantadas del mundo en la república alemana, es la libertad de asesinar impunemente a los jefes del proletariado detenidos. Y no puede ser de otro modo mientras se mantenga el capitalismo pues el desarrollo de la democracia no embota, sino que agudiza la lucha de clases, que en virtud de todos los resultados e influjos de la guerra y de sus consecuencias ha alcanzado el punto de ebullición.

En todo el mundo civilizado se deporta hoy a los bolcheviques, se les persigue, se les encarcela, como ha ocurrido en Suiza, una de las repúblicas burguesas más libres; en Norteamérica se organizan contra ellos pogromos, etc. Desde el punto de vista de la «democracia en general» o de la «demo­cracia pura» es verdaderamente ridículo que países adelantados, civilizados, democráticos, armados hasta los dientes, teman la presencia en ellos de un puñado de personas de la atrasada, hambrienta y arruinada Rusia, a la que en decenas de millones de ejemplares los periódicos burgueses tildan de salvaje, criminal, etc. Está claro que la situación social que ha podido engendrar tan flagrante contra­dicción es, de hecho, la dictadura de la burguesía.

12. Con tal estado de cosas, la dictadura del proletariado no sólo es por completo legítima, como medio para derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia, sino también absolutamente necesaria para toda la masa trabajadora como única defensa contra la dictadura de la burguesía, que ha llevado a la guerra y está gestando nuevas matanzas.

Lo principal entre lo que no comprenden los socialistas –y de aquí su miopía teórica, su cautiverio en poder de los prejuicios burgueses y su traición política al proletariado– es que en la sociedad ca­pitalista, cuando la lucha de clases inherente a ella experimenta una agudización más o menos seria, no puede haber nada intermedio, nada que no sea la dictadura de la burguesía o la dictadura del pro­letariado. Todo sueño en una tercera solución es un reaccionario gimoteo de pequeño burgués. Así lo evidencian tanto la experiencia de más de cien años de desarrollo de la democracia burguesa y del movimiento obrero en todos los países adelantados como, particularmente, la experiencia del último lustro. Así lo dice también toda ciencia de la economía política, todo el contenido del marxismo, que esclarece la inevitabilidad económica de la dictadura de la burguesía en toda economía mercantil, burguesía que nadie puede sustituir de no ser la clase que está siendo desarrollada, multiplicada, unida y fortalecida por el propio desarrollo del capitalismo, es decir, la clase de los proletarios.

13. Otro error teórico y político de los socialistas consiste en que no comprenden que las formas de la democracia han ido cambiando inevitablemente en el transcurso de los milenios, empezando por sus embriones en la antigüedad, a medida que una clase dominante iba siendo sustituida por otra. En las antiguas repúblicas de Grecia, en las ciudades del medievo, en los países capitalistas adelan­tados, la democracia tiene distintas formas y se aplica en grado distinto. Sería una solemne necedad creer que la revolución más profunda en la historia de la humanidad, el paso del poder de manos de la minoría explotadora a manos de la mayoría explotada –paso que se observa por primera vez en el mundo– puede producirse en el viejo marco de la vieja democracia burguesa, parlamentaria, sin los cambios más radicales, sin crear nuevas formas de democracia, nuevas instituciones que encarnen las nuevas condiciones de su aplicación, etc.

14. Lo que tiene de común la dictadura del proletariado con la dictadura de las otras clases es que está motivada, como toda otra dictadura, por la necesidad de aplastar por la fuerza la resistencia de la clase que pierde la dominación política. La diferencia radical entre la dictadura del proletariado y la dictadura de las otras clases –la dictadura de los terratenientes en la Edad Medía, la dictadura de la burguesía en todos los países capitalistas civilizados– consiste en que la dictadura de los terratenien­tes y la burguesía ha sido el aplastamiento por la violencia de la resistencia ofrecida por la inmensa mayoría de la población, concretamente por los trabajadores. La dictadura del proletariado, por el contrario, es el aplastamiento por la violencia de la resistencia que ofrecen los explotadores, es decir, la minoría ínfima de la población, los terratenientes y los capitalistas.De aquí dimana, a su vez, que la dictadura del proletariado no sólo debía traer consigo inevi­tablemente el cambio de las formas y las instituciones de la democracia, hablando en general, sino precisamente un cambio que diese una extensión sin precedente en el mundo al goce efectivo de la democracia por los hombres que el capitalismo oprimiera, por las clases trabajadoras.

En efecto, esa forma de la dictadura del proletariado que ha sido ya forjada de hecho –el Poder soviético en Rusia, el Räte-System en Alemania, los Shop Stewards Committees y otras instituciones soviéticas análogas en otros países– todas ellas significan y son precisamente para las clases traba­jadoras, o sea para la inmensa mayoría de la población, una posibilidad efectiva, real, de gozar de las libertades y los derechos democráticos, posibilidad que nunca ha existido, ni siquiera aproximada­mente, en las repúblicas burguesas mejores y más democráticas.

La esencia del Poder soviético consiste en que la base permanente y única de todo el poder estatal, de todo el aparato del Estado, es la organización de masas precisamente de las clases que eran oprimidas por el capitalismo, es decir, de los obreros y los semiproletarios (los campesinos que no explotan trabajo ajeno y que recurren constantemente a la venta, aunque sólo sea en parte, de su fuerza de trabajo). Precisamente las masas que hasta en las repúblicas burguesas más democráti­cas, aunque con arreglo a la ley sean iguales en derechos, de hecho, por medio de procedimientos y artimañas, se han visto apartadas de la participación en la vida política y del goce de los derechos y libertades democráticos, tienen hoy necesariamente una participación constante y, además, decisiva en la dirección democrática del Estado.

15. La igualdad de los ciudadanos independientemente de su sexo, religión, raza y nacionalidad, que la democracia burguesa ha prometido siempre y en todas partes, pero que no ha dado en ningún sitio ni ha podido dar debido a la dominación del capitalismo, la realiza inmediatamente y con toda plenitud el Poder soviético, o sea, la dictadura del proletariado, pues eso únicamente puede hacerlo el poder de los obreros, que no están interesados en la propiedad privada sobre los medios de produc­ción ni en la lucha por repartirlos una y otra vez.

16. La vieja democracia, es decir, la democracia burguesa y el parlamentarismo fueron organi­zados de tal modo, que precisamente las masas trabajadoras se vieran más apartadas que nadie del aparato de gobernación. El Poder soviético, es decir la dictadura del proletariado está organizado por el contrario de modo que acerca a las masas trabajadoras al aparato de gobernación. El mismo fin persigue la unión del poder legislativo y el poder ejecutivo en la organización soviética del Estado y la sustitución de las circunscripciones electorales territoriales por entidades de producción, como son las fábricas.

17. El ejército ha sido un aparato de opresión no sólo en las monarquías. Sigue siéndolo también en todas las repúblicas burguesas, incluso en las más democráticas. Solo el Poder soviético, organización estatal permanente precisamente de las clases oprimidas antes por el capitalismo, está en condiciones de acabar con la subordinación del ejército al mando burgués y de fundir efectivamente al proleta­riado con el ejército, de llevar efectivamente a cabo el armamento del proletariado y el desarme de la burguesía, sin lo que es imposible la victoria del socialismo.

18. La organización soviética del Estado está adaptada al papel dirigente del proletariado, la clase más concentrada e ilustrada por el capitalismo. La experiencia de todas las revoluciones y de todos los movimientos de las clases oprimidas y la experiencia del movimiento socialista mundial nos enseñan que solo el proletariado es capaz de reunir y llevar tras de sí a las capas dispersas y atrasadas de la población trabajadora y explotada.

19. Solo la organización soviética del Estado puede en realidad demoler de golpe y destruir defi­nitivamente el viejo aparato, es decir, el aparato burocrático y judicial burgués, que se ha mantenido y debía inevitablemente mantenerse bajo el capitalismo, incluso en las repúblicas más democráticas, siendo, de hecho, la mayor traba para la realización de la democracia para los obreros y los trabaja­dores. La Comuna de París dio el primer paso de importancia histórica mundial por ese camino, y el Poder soviético, el segundo.

20. La destrucción del poder del Estado es un fin que se han planteado todos los socialistas, entre ellos, y a la cabeza de ellos, Marx. La verdadera democracia, es decir, la igualdad y la libertad, es irrea­lizable si no se alcanza ese fin. Pero a él solo lleva prácticamente la democracia soviética, o proletaria, pues, al incorporar las organizaciones de masas de los trabajadores a la gobernación permanente e ineludible del Estado, empieza a preparar inmediatamente la extinción completa de todo Estado.

21. La bancarrota absoluta de los socialistas que se han reunido en Berna, su absoluta incompren­sión de la nueva democracia, es decir, de la democracia proletaria, se ve particularmente en lo que sigue. El 10 de febrero de 1919, Branting cerró en Berna la Conferencia de la Internacional amarilla. El 11 de febrero del mismo año, Die Freiheit, periódico que editan en Berlín los adeptos de dicha Internacional, publicó un llamamiento del partido de los independientes al proletariado. En este lla­mamiento se reconoce el carácter burgués del Gobierno Scheidemann, se reprocha a este el deseo de abolir los Soviets, a los que se llama Täger und Schützer der Revolution –portadores y defensores de la revolución– y se propone legalizar los Soviets, concederles derechos estatales, concederles el derecho de suspender las decisiones de la Asamblea Nacional, sometiéndolas a votación de todo el pueblo.

Esa propuesta es la plena bancarrota ideológica de los teóricos que defendían la democracia y no comprendían su carácter burgués. La ridícula tentativa de unir el sistema de los Soviets, es decir, la dictadura del proletariado, con la Asamblea Nacional, es decir, la dictadura de la burguesía, des­enmascara por completo la indigencia mental de los socialistas y socialdemócratas amarillos, su carácter político reaccionario, propio de pequeños burgueses, y sus cobardes concesiones a la fuerza, en crecimiento incontenible, de la nueva democracia, de la democracia proletaria.

22. Al condenar el bolchevismo, la mayoría de la Internacional amarilla de Berna, que no se ha atrevido a votar formalmente la correspondiente resolución por miedo a las masas obreras, ha procedido acertadamente desde el punto de vista de clase. Precisamente esta mayoría se solidariza por entero con los mencheviques y los socialistas revolucionarios rusos y con los Scheidemann en Alemania. Los mencheviques y los socialrevolucionarios rusos, al quejarse de que los bolcheviques los persiguen, intentan ocultar que eso ocurre porque participan en la guerra civil al lado de la burguesía, contra el proletariado. De la misma manera, los Scheidemann y su partido han demos­trado ya en Alemania que participan de la misma manera en la guerra civil al lado de la burguesía, contra los obreros.

Es completamente natural, por ello, que la mayoría de los hombres de la Internacional amarilla de Berna se haya pronunciado por la condenación de los bolcheviques. Eso no ha sido la defensa de la «democracia pura», sino la autodefensa de gentes que saben y perciben que en la guerra civil se encuentran al lado de la burguesía, contra el proletariado.

Por eso, desde el punto de vista de clase, no puede por menos de reconocerse acertada la decisión de la mayoría de la Internacional amarilla. El proletariado debe afrontar sin temor a la verdad y sacar de ello todas las conclusiones políticas pertinentes.
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