“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

22/6/15

Al estilo Chávez | Para cambiar las cosas se requiere un ‘golpe de timón’

Gustavo Márquez Marín   |   Cuando el Comandante Chávez enfrentó las crisis y conspiraciones que lo acecharon durante su gobierno, siempre apeló el protagonismo popular para derrotar la conjura reaccionaria. En la frase “solo el pueblo salva al pueblo” resumía el eje doctrinario de la V República, señalando al Poder Popular como sujeto fundamental del proceso constituyente de la nueva sociedad democrática, participativa y protagónica en construcción. Identificó al burocratismo y la corrupción como dos manifestaciones de la enfermedad terminal del Estado burgués heredado de la IV República, que solo podría superarse con una cirugía radical. A este propósito no ha contribuido la opacidad de la administración pública ni las barreras kafkianas que impiden a los ciudadanos evaluar las políticas y acciones gubernamentales.

La ley del Infogobierno destinada a “garantizar que la inversión pública se realice de manera transparente y eficiente, en beneficio de los intereses de la sociedad y que las actividades del sector, privado no afecten los intereses colectivos o sociales”, no termina de ser implementada y todos los esfuerzos que se han hecho en esa dirección no terminan de cuajar. La ley Orgánica de Contraloría Social decretada en el 2012 aún no ha sido reglamentada ni se han creado los mecanismos para su aplicación. Pareciera que todas las iniciativas impulsadas por el Presidente Chávez para intentar hacer transparente la administración pública, a fin de que el pueblo pudiese ejercer su vigilancia y control, terminan en las fauces voraces del burocratismo.

La corrupción, al crear ineficiencia y desmoralización está debilitando el piso ético y la credibilidad del discurso político revolucionario. El soborno ablanda los controles con un impacto económico y social considerable afectando las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías, especialmente de los más pobres. Incide notablemente en la calidad y costos de los bienes y servicios impactando a la economía en su conjunto. Solo un Poder Popular no tutelado desde la burocracia estatal, que haga contraloría social efectiva articulado con el Poder Ciudadano y los medios alternativos, tendría la fuerza telúrica para cambiar las cosas. Eso sería posible con un golpe de timón al estilo Chávez.
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