“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

11/11/13

Albert Camus, el moralista reticente

Albert Camus ✆  A.d.
Tony Judt  |  Camus era un hombre apolítico. Eso no significa que no le preocuparan los asuntos públicos, o que fuese indiferente a las decisiones políticas. Pero por instinto y temperamento era una persona no afiliada (no menos en su vida sentimental que en la pública), y los encantos del compromiso, que ejercieron una fascinación enorme entre sus contemporáneos franceses, tenían poco atractivo para él. Si es cierto que, como dijo Hannah Arendt, Camus y su generación se vieron “tragados por la política como si los absorbiera la fuerza del vacío”, Camus, al menos, siempre intentaba resistir ese impulso. Eso era algo que muchos le recriminaban; no solo por su rechazo a posicionarse en la cuestión de Argelia sino también, y quizá especialmente, porque sus textos en conjunto parecían ir contra la corriente de las pasiones públicas. Pese a ser un hombre que ejerció una influencia intelectual enorme, Camus les parecía a sus contemporáneos casi irresponsable, por su rechazo a investir su obra de una lección o un mensaje: de la lectura de Camus no se podía extraer ningún mensaje político claro, y mucho menos una directiva con respecto al uso adecuado de las energías políticas personales. En palabras de Alain Peyrefitte, “si eres políticamente fiel a Camus, es difícil imaginar que puedas