“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

31/5/12

El movimiento estudiantil mexicano y las elecciones

Gerardo Peláez Ramos

El 11 de mayo tuvo lugar un encuentro entre los estudiantes de la Universidad Iberoamericana, institución privada, y el candidato de la alianza del Partido Revolucionario Institucional y el Partido Verde Ecologista de México, Enrique Peña Nieto, que, de inmediato, repercutió en la colocación de los tres candidatos presidenciales con posibilidades reales de obtener “la grande”: Andrés Manuel López Obrador, nominado por el Partido de la Revolución Democrática, el Partido del Trabajo y el Movimiento Ciudadano; Josefina Vázquez Mota, candidata del Partido Acción Nacional, y el propio Peña Nieto. En el acto, los tradicionales métodos priistas salieron a relucir: movilización de “simpatizantes” con carteles, ocupación del auditorio con estos acarreados desde temprano y estrecha vigilancia de policías y otros elementos de seguridad. El teatrito se les vino abajo al antiguo partidazo y sus aliados del PVEM, una empresa al servicio de conocidos vivales.

Agredidos en su alma mater, los estudiantes de la UIA le espetaron al ex gobernador del Estado de México: ¡Asesino!, ¡Cobarde!, ¡Fuera! ¡La Ibero no te quiere! ¡Atenco, Atenco! Un universitario le recordó que la entidad más poblada de nuestro país tuvo los siguientes “logros” bajo su mandato: “tercer lugar en carencia alimentaria, último en avance educativo, primero en delitos y secuestros, 33 por ciento en feminicidios, segundo lugar de acceso a drogas en escuelas y aumento desmedido de mil 335 por ciento en publicidad”.

Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos / Desnudo en la bañera, asomado al abismo

Lars Iyer

Hubo un tiempo en que los escritores eran como dioses. Vivían en las montañas, cual eremitas desahuciados o aristócratas lunáticos. Escribían con la única finalidad de comunicarse con los muertos, los aún no nacidos, o con nadie en absoluto. No habían oído hablar nunca del mercado, eran misteriosos y antisociales.

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Aunque tal vez deploraran sus vidas, marcadas por la soledad y la tristeza, vivían y respiraban en el reino sagrado de la literatura. Escribían teatro y poesía y filosofía y tragedias y cada muestra era más devastadora que la anterior. Los libros que alcanzaban a escribir llegaban con carácter póstumo a sus lectores, y por el más tortuoso de los caminos. Asomarse a sus pensamientos e historias era tan aterrador como toparse con los huesos de un animal extinto.