“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

13/7/12

Leonardo Boff / El teólogo de la Tierra

Foto: Leonardo Boff
Ma. Ángeles Fernández & J. Marcos

Hace más de veinte años que la Iglesia católica condenó a Leonardo Boff a la misma hoguera por la que antes pasaron Giordano Bruno y Galileo Galilei. El teólogo y filósofo brasileño decidió sobrevivir cambiando de trinchera pero no de principios. Bajó su mirada y siguió fiel a sus creencias: otros mundos y otra Iglesia son posibles. En Río de Janeiro fue recibido como el salvador de la Tierra por los movimientos altermundistas en torno a la Cumbre de los Pueblos.

La talla de Leonardo Boff no dista de la de cualquier septuagenario: cabello canoso, gesto afable y cara de buena gente. Su holgada silueta ronronea ya con la declinación propia de la edad. Los mismos años colorean de blanco una barba que le otorga un toque ecléctico, a medio camino entre Karl Marx y el dios Neptuno. Pero hay algo en su mirada que deja entrever esa unicidad inusitada. Y ese algo es lo que más es Boff. Los ojos llanos de este teólogo y filósofo brasileño transmiten protección. Su aura es profunda y su presencia acogedora. Es la viva imagen de la sabiduría, un concepto hoy en vías de extinción precisamente por la escasez de pensadores de su talla.

Boff ha hecho de la filosofía su espacio, lugar y método de reflexión. Nacido, paradojas del destino, en Concórdia (Brasil), Genésio Darci Boff mantiene el alias que adoptó como religioso: Leonardo. Su relación con la religión es perenne desde entonces, según cómo se interprete. Fue en 1985 cuando la iglesia católica sentó al franciscano en la misma silla por la que pasaron antes los astrónomos Giordano Bruno y Galileo Galilei.

Ahondando en el error bíblico que encontró Copérnico (la Tierra no es el centro del sistema solar), Bruno insinuó la existencia de múltiples estructuras estelares y la infinitud del universo. Eran tiempos en los que la ciencia y la teología exigían una visión geocéntrica y finita. Los inquisidores consideraron un atentado contra Dios el concepto de infinitud, así que la curia romana le declaró herético impertinente, pertinaz y obstinado. Ataviado ya con las ventajas de la mira telescópica, Galileo hurgó en la herida al sugerir que el hombre no era el centro de los cielos, que se regirían por el modelo heliocéntrico de la física copernicana. Demasiado para la Iglesia, que condenó a Galileo a arresto domiciliario hasta su muerte en 1642. Dos astrónomos y dos miradas demasiado peligrosas para la hegemonía y estabilidad católicas.

Casi cuatro siglos después, Leonardo Boff se enfrentaba al juicio del Santo Oficio (la otrora Inquisición), quien le pidió cuentas sobre las ideas publicadas en Iglesia: carisma y poder (1982). Su pecado no fue posar la mirada en el orden planetario, sino bajarla a la Tierra y a los pobres. Encorajinó al catolicismo no desde la cosmología sino desde la propia teología. Sus detractores le acusaron de fundar una iglesia desde las visiones de Marx, a lo que respondió que su perspectiva no brotaba desde el marxismo sino desde el grito de los oprimidos. De nada sirvió.

Foto: Leonardo Boff
Leonardo perdió aquella batalla y fue condenado al silencio. Le quitaron la licencia para enseñar teología católica durante el pontificado de Juan Pablo II, en un proceso en el que el actual papa, Benedicto XVI, desempeñó un papel clave desde el cargo que entonces ocupaba, el de prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Curiosamente, el mismo Joseph Ratzinger que subvencionó la publicación de la tesis doctoral de Boff, su alumno aventajado en la Universidad de Múnich. Boff recurrió a un verso del poeta y músico argentino Atahualpa Yupanqui para aceptar su sino: “La voz no la necesito, sé cantar en silencio”.

La presión internacional logró levantar el castigo (suspensión a divinis) y meses después Boff recupera la palabra. Pero en 1992 sintió nuevamente el aliento inquisidor de la Iglesia, que pretendía evitar su presencia en la Eco-92 de Río de Janeiro (la Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo), así que decidió “cambiar de trinchera para continuar en la lucha”. Renunció a sus actividades sacerdotales y abrazó el estado laico.

Desde aquel día Boff ha edificado su pensamiento y sus actos en torno a dos ejes: los oprimidos y la Tierra, ésta vista como la casa común de los seres humanos. A los más indefensos va dirigida la teología de la liberación, la corriente teológica nacida en el seno de la iglesia católica y de la que Boff es el principal exponente. “Pone a la vida en el centro. Es elaborada con la mira puesta en la liberación histórico-social de los oprimidos, y no sólo en la edificación interna de la galaxia eclesial”, explica. Dios aparece entonces más interesado por la justicia que por el rito, queda más cerca del llanto del oprimido que de las alabanzas de los piadosos. Cuentan las prácticas y no las prédicas.

La teología de la ecología

Pero el Boff teólogo no se acercó a Río para tratar de Dios sino de la Tierra. Es imposible entenderle sin hablar de la Amazonia, que corre por sus venas. En la Amazonia predicó y de la Amazonia aprendió su respeto por la Madre Naturaleza (nótese el uso de la mayúscula, pues pocas veces antes un matiz revistió de tanta importancia). Y es igualmente imposible entenderle sin hablar del agua, la morada del dios Neptuno, a quien tanto recuerda su imagen. Por eso Boff es hoy el profeta de la teología de la ecología, una ampliación –según explica- de la teología de la liberación.

La Naturaleza y la naturaleza. Los dos conceptos se saludaron en Río de Janeiro, a finales de junio, con un simple hasta luego. La Naturaleza con mayúsculas centró los debates propuestos desde el seno de la Cúpula dos Povos, la cita que los movimientos altermundistas organizaron precisamente para contrarrestar la fuerza de Naciones Unidas y cerca de doscientas delegaciones gubernamentales, que a base de golpes en la mesa (y por cierto, de las presiones del Vaticano) han usurpado a la naturaleza su majestuosidad. La venden con formato verde en un discurso que habla de progreso, lo que es duramente criticado por figuras como los sociólogos Edgardo Lander y Boaventura de Sousa Santos, el economista Joan Martínez-Alier y, por supuesto, Leonardo Boff, cuya aura brilló sobre todos ellos. Explica el filósofo:
“El documento de la ONU es rehén del viejo paradigma de la dominación de la naturaleza para extraer de ella los mayores beneficios posibles para los negocios y para el mercado. La economía verde radicaliza esta tendencia, pues busca no sólo mercantilizar la madera de la selva sino también su capacidad de absorción de dióxido carbono. El texto se revela definitivamente antropocéntrico, como si todo se destinase al uso exclusivo de los humanos y la Tierra los hubiese creado sólo a ellos. En resumen, el futuro que queremos, lema central del documento de Naciones Unidas, no es otra cosa que la prolongación del presente”
El agua es el elemento central de la Madre Naturaleza. El agua es vida. Y el agua es futuro. Quizá el único futuro, si acaso es que queremos un futuro, apunta Boff. “Es uno de los bienes más escasos del mundo, más que el petróleo. Siento que es un imperativo moral hablar de estas cosas, que son incómodas. Y sé que la solución no cabe dentro del sistema actual y por eso nos enfrentamos a profundas modificaciones civilizacionales. Si no cambiamos, podemos conocer el camino ya recorrido por los dinosaurios. ¿Por qué esa carrera mundial, en la que están metidas las grandes empresas, para la privatización del agua? Está dominando la visión que reduce al agua a una mercancía como cualquier otra. Pero no lo es. Es un bien natural vital, común, insustituible, no un bien económico”, escribe en El agua, factor ecológico de la humanidad, de espiritualidad y de cooperación (2008).

 Ya en 2003 firmó, junto con otros intelectuales, la Carta de la Tierra, donde alertaba de que estamos en un “momento crítico en el cual la humanidad debe escoger su futuro. Y la elección es ésta: o se promueve una alianza global para cuidar a los otros y la Tierra o arriesgamos nuestra destrucción y la devastación de la diversidad de la vida”. Sostiene que la actual crisis del capitalismo es más que coyuntural y estructural. Es terminal. Primero, porque nos hemos saltado los límites de la Tierra. Y segundo, porque el capitalismo ha generado una crisis que ya no es periférica sino global.

 El geocidio que viene todavía puede ser evitado, confía el brasileño. El cambio radical de rumbo pasa por los cuatro ejes que explicó durante su conferencia en la Cúpula dos Povos: el respeto a todos los seres, la ética del cuidado (“esa relación amorosa, generosa y amigable con la realidad”), la responsabilidad universal (“debemos tener siempre presentes las consecuencias de nuestras acciones”) y el binomio cooperación-solidaridad (“porque el problema es hoy global”).

Cuatro ejes para cuatro virtudes: hospitalidad (“pues todos somos hijos de la Tierra”), convivencia (“para superar los conflictos éticos e ideológicos”), tolerancia (“que busca converger en la diversidad para no ser presa de los fundamentalismos de todos los órdenes”) y la comensalidad (“el sentarse a comer y beber juntos alrededor de la misma mesa es una de las referencias más ancestrales de la familiaridad humana y está ligada a la propia esencia del ser humano en cuanto que humano”).
“Los cuatro principios y las cuatro virtudes nos son tan próximos, están tan ligados a procesos de vida, que no es necesario enseñarlos, basta con concienciarlos. Están ligados al proceso de vida”, nos dijo en Río, no sin antes aclarar el rol vital de las religiones, en plural, en este proceso: “Su papel pedagógico es fundamental porque enseñan el respeto. Desgraciadamente, la mayoría, incluida la iglesia católica, padecen una enfermedad llamada fundamentalismo”.
Se despide con dos abrazos y una recomendación en forma de lectura: La creación: salvemos la vida en la Tierra, del biólogo Edward O. Wilson. Así es este sabio, el teólogo de la Tierra que recomienda la lectura atenta de un científico, pues “propone la alianza sagrada entre los dos poderes que considera más fuertes: la tecnociencia, que transforma el mundo; y las religiones, que transforman a las personas. Las religiones tienen que exigir que la ciencia se haga con conciencia y no para el mercado. Y la ciencia tiene que exigir a las religiones que superen el fundamentalismo, que enseñen lo básico del respeto. Si unimos las dos podremos salvar la vida”.

Su figura se diluye a lo lejos por entre la gente, mientras sus palabras rebotan arremolinadas unas junto a otras, sin importar el orden, invitando a pensar que la humanidad se merece que exista alguien como él, la quintaesencia del teólogo, el filósofo que rompe los moldes restrictivos del presente para darnos la esencia de la metafísica. El hombre que confía en que otros mundos y otra iglesia son posibles. Quien entiende la vida como un respeto absoluto hacia la Naturaleza, una bucólica oda a la casa común, un canto de sirena en estos tiempos tan apresuradamente progresistas.

Máster en globalización y desarrollo, Mª Ángeles Fernández es una periodista freelance experta en temas internacionales. En FronteraD ha publicado El agua embotellada seca la sed de México. J. Marcos es un fotoperiodista freelance especializado en temática internacional, labor que ejerce para medios nacionales y extranjeros. En FronteraD ha publicado Adoptados en China: españoles de ojos rasgados y El agua embotellada seca la sed de México. Ambos mantienen abierta la ventana virtual www.desplazados.org